Miércoles, 9 de marzo de 2022 La guerra de hoy, un asesinato de hace más de tres años, una deriva autoritaria y económica de casi 10 años, una interdependencia de por lo menos 30 años y un plan nuclear de más de 50. La mezcla parece cinematográfica, pura ficción, pero es real, demasiado real, tanto que explica el laberinto ante el cual se encuentra hoy el mundo: cómo detener a la invasión de Vladimir Putin a Ucrania y, sobre todo, cómo hacerlo sin conducir al mundo al borde de una nueva tragedia económica apenas dos años después de que la pandemia provocara la mayor recesión global de la historia reciente.
Desde que el mundo comenzó a recuperarse de la recesión gestada por el Covid-19, consume 100 millones de barriles de crudo por día; 10,5 millones de ellos provienen de Rusia, es decir el 11%. Bloquear los barriles que Rusia entrega al resto del mundo -unos ocho millones diarios- era para el presidente Joe Biden y sus pares occidentales la bala de oro, la peor de las sanciones, la medida destinada a quitarle la sangre y el oxígeno a un país en el que el petróleo es oro y representa el 50% de sus ingresos.
El mandatario norteamericano decidió usar esa bala; lo hizo presionado por el drama de una guerra que se ensaña más y más con los civiles y por un Congreso que se muestra mucho más duro con Putin que el propio Biden. El mandatario norteamericano tiene otra presión, no tan inmediata, pero sí urgente. Las elecciones legislativas se acercan, el precio del petróleo escala y escala y la inflación atenaza el bolsillo y el humor de los estadounidenses.
Tan solo en las últimas dos semanas, en anticipación al bloqueo y los problemas de provisión por la guerra, el barril se incrementó en al menos un 25%. Con la medida tomada, los precios amenazan con llegar más alto que nunca. El vicepremier ruso, Alexander Novak, se tomó la libertad de advertir que alcanzaría los 300 dólares fácilmente, un costo imposible de resistir para la economía global.
Es decir que, con la provisión global de Rusia cortada, Estados Unidos y Europa necesitan encontrar, casi como si fuera para ayer, barriles extra, y muchos. La semana pasada, Washington y otros 30 gobiernos decidieron liberar 60 millones de barriles diarios de sus reservas estratégicas; pero eso solo compensaría el faltante ruso por unos días y el precio del barril seguiría bajo intensa presión.
¿Entonces qué mejor que acudir a quienes podrían dar una mano con el faltante? ¡Claro que sí! Esa solución parece la más práctica. Solo hay un detalle, todos los países que podrían venir al rescate con sus barriles están gobernados por autócratas amigos de Putin. Y sí …la gran gesta en defensa de la democracia global lanzada por Biden el año pasado deberá esperar.
La primera autocracia a la que apelaría habitualmente en una situación así Washington es Arabia Saudita, segundo productor –y también exportador- mundial de petróleo, por detrás de Estados Unidos y por delante de Rusia. Ese país cuenta con una capacidad ociosa de dos millones de barriles, ideal para empezar a compensar el faltante ruso.
Pero hay un problemita… su príncipe heredero, Mohammed ben Salman, estuvo involucrado en el asesinato del periodista y crítico de la monarquía saudita Jamal Khashoggi, en octubre de 2018, en Turquía. Los detalles de esa participación están expuestos en un informe que la Casa Blanca decidió hacer público el año pasado. Hoy Mohammed se siente agraviado por Biden y dice que “Estados Unidos no es quién para darle lecciones”. Por supuesto que con la ofensa viene la negativa a aumentar la producción propia y la de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), grupo de naciones que regula la producción y el comercio de crudo.
No es necesario, dice Mohammed, mientras el precio del barril no para de subir.
Un utócrata menos con el cual negociar, Washington y Europa buscan otros. En América Latina hay uno que, súbitamente, tras nueve años de un gobierno de dictadura, de crisis humanitaria y de odio hacia Washington, quiere trabajar por la “estabilidad del mundo
Hoy la producción comienza a repuntar y se acerca a 800.000 barriles diarios. Aunque sigue lejos de la capacidad que le permitiría exportar y compensar en algo el faltante ruso, un acuerdo con Estados Unidos le permitiría dinamizar la golpeadísima industria petrolera local, aliviar las sanciones sobre la comercialización y, obviamente, ingresar divisas, que nunca están de más para mantener y extender el poder.
¿Acuerdo nuclear… y de compra de petróleo?
Como la producción venezolana no es para el aquí y ahora y no ayudará a contener ya el precio, hay otra autocracia a la vuelta de la esquina. Irán hoy produce más de tres millones de barriles por día, pero apenas exporta porque un bloque de sanciones paraliza la principal fuente de ingresos externos del régimen de los ayatollahs.Por suerte, Occidente –y Rusia- están justo a punto de consensuar un nuevo pacto por el plan nuclear iraní, luego de que el de 2015 se rompiera en 2018. El acuerdo le permitiría a Estados Unidos, Canadá, la UE y otras naciones limitar el amenazante programa atómico de la teocracia y, ya que estamos, rehabilitar la venta de petróleo iraní en un mercado internacional extremadamente caliente… ¡negocio para todos!
Para Occidente, apoyar a Ucrania es, curiosamente y entre otras cosas, épica de defensa de la democracia contra un autócrata como Putin. En otras regiones, la democracia deberá seguir esperando.