Elizabeth Warren vive uno de sus momentos cumbre de los siete debates que los precandidatos demócratas llevan celebrados. La tensión de la noche es máxima por una polémica desatada el día anterior con la campaña de su viejo amigo y ahora rival, el también senador Bernie Sanders. La CNN ha publicado que, en una reunión entre ambos mantenida en 2018, cuando aún no se habían anunciado las postulaciones para la Casa Blanca, Sanders dijo a Warren que una mujer no podría ganar las elecciones presidenciales y ella se lo discutió. El equipo del político de Vermont lo desmiente ipso facto y, al cabo de unas horas, un comunicado de la senadora declara el episodio verídico.
Al día siguiente ambos se ven las caras en el escenario, en Des Moines, Iowa, y cuando una de las moderadoras les plantea la contradicción, los dos mantienen sus respectivas versiones. “¿Puede una mujer derrotar a Donald Trump? Mire a los hombres sobre este escenario [había cuatro], en conjunto han perdido 10 elecciones. Las dos únicas personas que han ganado cada una de sus elecciones son las mujeres, Amy [Klobuchar, senadora por Minnesota] y yo”, reivindica Warren, provocando una fuerte ovación del público, “y la única persona aquí que ha quitado a un republicano electo del puesto en los últimos 30 años soy yo”.
En Union Pub, uno de esos bares de Washington que vive la política con la misma pasión que el béisbol o el fútbol, una australiana de 36 años que espera votar en noviembre por primera vez, como nueva ciudadana estadounidense, mira embelesada el televisor. “Lo que ella quiere, fundamentalmente, es cambiar la sociedad estadounidense hacia algo más igualitario. La sanidad pública, la condonación de la deuda universitaria… Es lo que este país necesita”, afirma Sara Roach. Esas dos propuestas, se le hace notar, no son muy diferentes de las de Sanders, el otro gran izquierdista de la contienda. “Pero me gusta más ella, es una mujer muy perceptiva, muy sutil, creo que será mejor líder,” responde. Además, “tiene esa energía…”, apunta dejando la frase suspendida en el aire, buscando adjetivo.
No lo requiere. Este periódico ha seguido casi media docena de actos de su campaña en los últimos meses y ha podido comprobar que Elizabeth Ann Warren (Oklahoma City, 70 años) desprende energía a secas. Del debate demócrata en Miami, el pasado junio, a un vibrante mitin en Carolina del Norte el pasado otoño, pasando por varias citas en Iowa, entre noviembre y enero. Da largas zancadas hasta llegar al escenario, a veces corretea, habla combativa, lanza exclamaciones. Y al acabar, es capaz de pasar tres horas estrechando manos y tomándose selfis con seguidores. Quien dude de esto último, que pregunte en Raleigh por el 7 de noviembre.
En unas primarias en las que la edad avanzada de los primeros en los sondeos (Biden tiene 77; Sanders, 78) llama la atención, la senadora de Massachusetts se afana en demostrar que ese no es un problema para ella, tercera en el promedio de encuestas. Tampoco ser mujer. ¿Pero qué tal lanzar semejante giro a la izquierda en un país que asocia la palabra socialismo al comunismo?
Un sábado de noviembre, en un acto con sindicatos en Cedar Rapids (Iowa), lo resume de este modo: “El único motivo por el que he entrado en esta carrera es porque veo una América que funciona cada vez mejor para una parte de la población cada vez más pequeña, que está en la cúspide”. “Para revertir eso van a hacer falta grandes cambios”, añade. Viste su uniforme oficial de los mítines: calzado plano y deportivo, un pantalón algo acampanado y camiseta, todo de riguroso negro, contrarrestado por una chaqueta de punto colorida, ese día, roja. Su partido atraviesa un dilema: si un giro demasiado progresista puede espantar a los votantes moderados en las urnas en noviembre. La noche anterior, en la cena por la Justicia y la Libertad en Des Moines, que reunió a todos los aspirantes, Warren lanza un aviso en forma de arenga: “Cualquiera que se suba a este escenario y os diga que va a lograr un cambio sin lucha, es que va a perder esa lucha”, exclama.
La candidata demócrata Elizabeth Warren en un acto en Raleigh, Carolina del Norte. Sara D. Davis Getty Images
A quien la escuche le costará creer que, durante muchos años, Elizabeth Warren fue republicana. No se puede entender su conciencia política sin conocer su biografía, un relato sobre el esplendor y crisis de la clase media en un pedazo de la llamada América profunda. La historia de los Herring —su apellido de soltera— se quiebra a principios de los 60, en Oklahoma City, cuando ella tiene 12 años y su padre sufre un grave infarto que lo retira del mercado laboral durante demasiado tiempo. Fue por las noches, escuchando las conversaciones de sus padres, cuando aprendió palabras como hipoteca, ejecución, desahucio.
Una de las veces fue llorando a su madre, temerosa de acabar viviendo en la calle, y la mujer le prometió: “No vamos a perder esta casa”. Su madre, que tenía 50 años y jamás había tenido empleo, encontró uno en los grandes almacenes Sears con sueldo mínimo. Conservaron su hogar.