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Putin recurrió a la Biblia para justificar su invasión

Sabado, 19 de Marzo  Luisa Corradini    Sergei Guneyev   PARÍS.– En una nueva demostración de su deriva mesiánico-dictatorial, Vladimir Putin, apareció este viernes en forma inesperada en el estadio Luzhniki de Moscú, durante un multitudinario evento organizado por el régimen para conmemorar los ocho años de la “recuperación” de Crimea.

Ante unas 200.000 personas que cantaban al unísono loas a la Gran Rusia, el autócrata del Kremlin volvió a justificar su intervención en Ucrania reescribiendo la historia, y haciendo temer que, insensible a los contratiempos de su ejército en el terreno y a los miles de muertos de ambos lados, esté bien decidido a ir hasta el final.

“Hombro con hombro, se ayudan mutuamente (…) No hay amor más grande que el de dar su alma por un amigo”, dijo en un discurso de acentos bíblicos hablando de sus tropas, que han perdido cerca de 10.000 hombres, varios oficiales de alto grado y registrado más de 30.000 heridos en las tres semanas de invasión a Ucrania. También insistió en el motivo de la “operación especial”: detener el “genocidio” cometido por “los nazis” ucranianos contra “nuestros hermanos”.

“No hemos tenido semejante unidad desde hace mucho tiempo”, prosiguió, repitiendo que todo sucede “tal como está planeado”, en el mismo momento en que los ataques contra territorio ucraniano adquirían una inusitada intensidad, prueba de que el Kremlin ha decidido apostar el todo por el todo, lanzando todas las fuerzas disponibles en la batalla.

Putin recurrió a la Biblia para justificar su invasión

Las pocas redes sociales disponibles, como algunos canales de Telegram, aseguraron que estudiantes y empleados estatales regionales fueron obligados a asistir a los actos y conciertos celebratorios del aniversario, sin que la prensa occidental pudiera verificar esas versiones en forma independiente.

Inmediatamente después de la invasión, en efecto, el régimen desmanteló la escasa prensa independiente que quedaba en Rusia, prohibió las manifestaciones contra la guerra y sancionó leyes que prevén penas de hasta 15 años de prisión para toda persona que emita “falsa información” sobre la situación.

El acto, meticulosamente preparado por el régimen, incluyó canciones patrióticas pensadas para provocar escalofríos en los vecinos de Rusia. Como una versión deformada de Born in the USA, titulada Made in the U.R.S.S. y cuyas primeras estrofas rezaban: “Ucrania y Crimea, Belarús y Moldavia, todo es mi país”.

En medio del escenario, vestido con un polo blanco de cuello alto y una campera azul, Putin habló a la muchedumbre durante unos cinco minutos. Entre los asistentes, muchos llevaban remeras o chaquetas con la letra “Z”, símbolo latino pintado en los tanques rusos que invadieron Ucrania, cuyo significado es objeto de varias explicaciones, pero que se ha transformado en emblema distintivo de aquellos que apoyan la guerra.

Desconexión con la realidad

Su discurso, plagado de referencias bíblicas e históricas de la Rusia imperial, fueron una nueva muestra de su obsesión por un pasado a su juicio glorioso, que él rescribe a su guisa, cambiando o ignorando en forma permanente la verdad. Y es precisamente esa desconexión con la realidad que preocupa a estrategas militares y líderes políticos.

“Cuando Putin habla de una «necesaria purificación» de la sociedad rusa, como esta semana, está llamando a una auténtica «estalinización» de su país; cuando invoca la «desnazificación» de Ucrania, pasando por alto que se trata de una democracia dirigida por un presidente judío (Volodimir Zelensky); cuando es capaz transformar los hechos históricos en forma tan escandalosa, me preocupa. Temo que, despegado de la realidad, obsesionado por cumplir con una «misión divina», los obstáculos que enfrenta su ejército en el terreno lo empujen a tomar la decisión de arrasar con Ucrania si fuera necesario”, advierte el coronel (RE) Pierre Servent, uno de los mejores analistas militares de Francia.

Algunos, como el Palacio del Elíseo, hablan de “paranoia”. El presidente checo Milos Zeman, durante mucho tiempo su fiel partidario, lo trató de “loco furioso”. Los rumores sobre la salud mental de Vladimir Putin circulan desde hace más de diez años. Después de la guerra en Georgia, en 2008, su caso comenzó a ser estudiado por profilers para los gobiernos de todos los países occidentales. Ese año, un think tank afiliado al Pentágono concluyó que Putin podría sufrir de una anomalía neurológica, de tipo Asperger, cuyas características serían una total ausencia de empatía, un “extremo control” y un comportamiento “obsesivo”, incapaz de entender los matices de un razonamiento lógico.

Para otros especialistas, como el profesor Ian Robertson del Trinity College de Dublin, el poder absoluto, más allá de los diez años, afectaría el cerebro y el carácter. “El poder produce dopamina, una «hormona del placer» extremadamente adictiva, que provoca poco a poco modificaciones neuronales y comportamentales: pérdida de empatía, locura de grandeza y paranoia”, dice.

A su juicio, el “drogado de poder extremo” se convierte en “imprudente, ávido y narcisista, y tiene tendencia a sobrestimar su propio juicio”. Modificaciones en el lóbulo frontal afectan también la capacidad de estimar los riesgos. Exagerando los éxitos y subestimando las derrotas, esas personas se ven tentadas por comportamientos cada vez más temerarios.

Según Robertson, después de 23 años ejerciendo un poder despótico, el cerebro de Vladimir Putin está gravemente afectado: “Convencido de haber sido designado para cumplir una misión sagrada, se siente como un dios, todopoderoso e invulnerable”, agrega, precisando que edad vuelve a esos déspotas “impacientes por realizar esa misión”.

Con un juicio nublado por una propensión a la presunción, los dictadores terminan por alimentar ambiciones desmesuradas. Por esa razón, Ian Robertson, así como muchos de sus colegas, considera que “nada” va a detener a Vladimir Putin, “a menos que un Bruto ruso se interponga en su camino”.