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Un observador electoral del Partido Republicano de Georgia observa los transportadores de máquinas de votación que se almacenan en el Centro de Preparación para las Elecciones del Condado de Fulton en Atlanta, Georgia, el 4 de noviembre de 2020. (Jessica McGowan/Getty Images)

OPINIÓN 13/12/2020

POR DIANE DIMOND ¿Podemos dejar de lado la política por un minuto y discutir sobre las últimas elecciones? No sobre quién ganó la presidencia, sino sobre el proceso electoral en sí. Fue un complicado desastre.

Primero, no nos traguemos simplemente el cuento de que las elecciones de 2020 “fueron las más seguras en la historia de EE. UU.”. Esa fue la conclusión de los funcionarios de gobierno y de la industria a cargo de la seguridad electoral. ¿Qué espera que digan, que fallaron en el trabajo? Lo dudo mucho. Su grandiosa declaración ocurrió apenas nueve días después del día de las elecciones. Desde entonces ha surgido mucha información sospechosa.

Ciudadanos particulares presentaron cientos de declaraciones juradas alegando todo tipo de sospechas sobre el recuento de votos fraudulento, el antedatado y traslado de boletas e irregularidades en las máquinas de votación en varios estados. Estas declaraciones fueron ofrecidas por ciudadanos que juraron so pena de perjurio y podrían ser encarcelados si se descubre que están mintiendo.

Sería fácil rechazar todas estas denuncias diciendo que provienen de partidarios del Partido Republicano, pero eso es demasiado fácil. También nos deja con la conclusión de que todos —desde los observadores electorales hasta los trabajadores postales— están mintiendo como parte de una gran conspiración. El problema con las conspiraciones complejas es que finalmente se desmoronan porque alguien da un paso al frente y dice la verdad.

Casi tan perturbador como todas estas acusaciones de irregularidades es el desprecio automático de los grandes medios de comunicación por la idea de que podría ocurrir un fraude electoral. También podrían publicar titulares que digan: “Cállense. Váyanse. Las elecciones fueron perfectas”. Ya sabemos desde la contienda Kennedy-Nixon de 1960 que los resultados de las elecciones pueden manipularse de manera fraudulenta.

¿Por qué los grandes medios se meten en todo tipo de chismes y acusaciones políticas pero no en esto? Cuando se cuestiona el resultado de nuestro deber cívico más importante, gran parte de los medios de comunicación se contentan con tomar el camino perezoso y proclamar: “No hay nada que ver aquí. Regresen a sus casas”.

¿No debería importarnos que algunos estados hayan cambiado ilegalmente las reglas sobre las boletas de voto por correo y voto en ausencia bajo el pretexto de la protección contra una pandemia? Los críticos creen apasionadamente que algunos de esos cambios invitaron al fraude y violaron las Constituciones estatales.

¿No deberían los nueve estados que enviaron cantidades masivas de boletas a cada persona en sus listas de registro de votantes reconsiderar ese procedimiento? No consideraron si esos votantes podrían haber muerto, haberse mudado o haber sido condenados por un delito, haciéndolos inelegibles para votar. Todas esas boletas no reclamadas flotando en el espacio fueron presa fácil para los inescrupulosos empeñados dar vuelta al resultado.

Se ha presentado una serie de demandas estatales y federales citando estas diversas acusaciones. Mientras escribo esto, algunas de ellas están pendientes ante la Corte Suprema de EE. UU. Muchas de las demandas ya fueron rechazadas, pero eso no significa que las demandas restantes carezcan de mérito. Se debe prestar atención hasta que todas las disputas se abran paso a través del sistema legal.

Si se cree que se ha violado la Constitución de un estado o la Constitución de Estados Unidos, ¿no es lógico cuestionar eso? Si no es ahora, ¿cuándo exactamente comenzamos a cuestionar el status quo e investigar si nuestros sistemas de votación son realmente seguros? ¿Cuándo comienzan los estados a eliminar seriamente las listas de votantes obsoletas para garantizar que los votos no se emitan en nombre de personas no residentes o fallecidas?

Nuestro proceso electoral debe ser irreprochable. Cualquier sistema electoral que incluya a más de 160 millones de participantes va a tener problemas de seguridad. Necesitamos reconocer eso. Todo ciudadano que desee elecciones libres y justas debería alarmarse por el estado desconcertante de nuestro proceso actual. Todos deberían querer perfeccionarlo antes de las próximas elecciones.

Diane Dimond es autora y periodista de investigación. Su último libro es “Thinking Outside the Crime and Justice Box”.